La sonrisa del mimo

Aurora
por José Marzo

La sonrisa del mimo
 
Víctor, el mimo del periódico en la mano, permanece de pie en su cajón como una estatua en su pedestal. En el suelo, un maletín abierto donde se van depositando las monedas. Clin, clan. Viste frac negro y porta un sombrero de copa también negro, y el maquillaje de su cara forma una máscara blanca y espesa. Sobre los párpados, una estrella azul; y sobre su boca, unos enormes labios rojos y sonrientes, cuyas comisuras se prolongan hasta las orejas.
Cada varios minutos, Víctor cambia de posición. Y de vez en cuando, si alguna persona se le pone a mano, la golpea con el periódico en la cabeza. Ploc. Luego, según la reacción del afectado, el mimo disimula y frunce los labios como si silbara, las manos cogidas a la espalda. O finge arrepentimiento, con los brazos en cruz como un Cristo y la cabeza inclinada sobre el pecho. O se parte literalmente de risa, llevándose las manos al vientre y flexionando el tronco adelante y atrás, mientras emite un sonido hueco y abdominal que parece una sonora carcajada.
Hace tres años que Víctor ejerce de mimo callejero. Al principio el negocio le iba mal. Le desesperaba pasar cuatro, seis, a veces hasta ocho horas de pie y recaudar a cambio el dinero justo para comer. Comenzó a sentir rabia contra las personas que acababan de gastar demasiado dinero en los grandes almacenes y no tenían un solo gesto amable, ni un solo rasgo de generosidad con un mimo que intentaba poner una nota de color en sus vidas. Algunos ni siquiera le miraban. O le miraban por encima del hombro. Rabia. Rabia y desprecio. Hasta que un día siguió su instinto de dar un golpecito en la cabeza con un periódico a uno de aquellos egoístas mezquinos. La mujer se volvió consternada, la gente detuvo el paso y se congregó alrededor, hubo risas... las monedas comenzaron a caer. Clin, clan.
Cuando el público se amontona en exceso, Víctor se inmoviliza y espera a que se disuelva. Cuando decrece, golpea a algún despistado en la cabeza. Qué paradoja: cuanto más desprecio siente, más dinero gana.
Cada noche a eso de las nueve, cuando los comercios van echando el cierre y apagan las luces, Víctor baja del cajón, recoge los bártulos y entra en el bar. En el servicio, al limpiarse la máscara de maquillaje ante el espejo, descubre un rostro sudoroso y fatigado y una mirada de piedra. Clin, clan. Cada vez es mayor la distancia que separa la dureza de sus ojos y de su boca seca, de la alegría festiva de las estrellas azules y la gran sonrisa roja.
*
Mini-relato incluido en el volumen Aurora
 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por opinar