Juan Ignacio Ferreras, gran novelista él mismo y reconocido
especialista de historia de la novela española, nos presenta en este libro la
producción novelística de casi medio siglo. Sin olvidar a los escritores
exiliados, como Max Aub, Arturo Barea, Francisco Ayala o Ramón J. Sender, el
autor divide el periodo comprendido entre 1939 y 1988 en dos tendencias bien
diferenciadas: la primera abarca las novelas de la posguerra, y la segunda, las
obras creadas a la sombra de la restauración de la democracia; en definitiva,
una época protagonizada por las voces de Carmen Laforet, Torrente Ballester,
Miguel Delibes, Camilo José Cela, Manuel Espinosa, los Goytisolo o Manuel
Vázquez Montalbán, entre muchos otros.
(fragmento:)
1. Introducción
Lejos de todo ajuste de cuentas más o menos rencoroso, pero
lejos también de toda evocación nostálgica y sentimental, hay que tratar de una
época que, por lo reciente, continúa resultando comprometida. Los cuarenta años
de tiranía verticalista, llamémosla así, no nos interesan aquí desde lo político,
sino desde lo literario y novelístico, pero resulta que dadas las
características precisamente políticas y sociales del régimen, éstas no pueden
ser excluidas de una historia literaria. El régimen surgido de la guerra civil
se quiso totalitario y, como tal, tuvo mucho que decir y que hacer en lo
cultural; este papel fue tan preponderante que sus huellas, generalmente
negativas, las encontraremos a lo largo de toda una producción novelesca.
Ante todo hay que tener en cuenta lo que implicó la guerra civil: como dice Eugenio G. de Nora (1962), «la guerra significa una brutal ruptura de la continuidad cultural española: es un tajo, un cercén, un aventamiento que desemboca, por lo pronto, en el vacío. La actividad propiamente creadora queda, en principio, paralizada», y este mismo autor cita a Julián Marías, que escribe: «En los años de la guerra e inmediatamente después de acabada ésta, las instituciones culturales quedaron suspendidas o destruidas, el espíritu de beligerancia lo invadió todo, la libertad de expresión se anuló, y los intelectuales en cuanto tales y mientras quisieron permanecer fieles a su condición, no como simples ciudadanos, tenían muy poco que hacer».
Pero si la guerra constituyó una catástrofe nacional para todos, vencedores y vencidos, lo que iba a venir después resultó aún más destructivo para la vida literaria. El corte de la guerra alejó para siempre no sólo a hombres y artistas que tenían aún mucho que decir y hacer, sino también a corrientes culturales enteras que se perdieron en el exilio y nunca pudieron ser recuperadas. En cuanto a la novela, no hay duda de que los años inmediatos a la guerra, los años de la Segunda República, la del 31, conocieron una floración que, de momento, no pudo ser recogida por los españoles que se quedaron en su patria, porque el nuevo Estado se afirmaba como Estado precisamente en contra de los hombres y de las ideas anteriores a la guerra.
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