El insurrecto, de Jules Vallès

Principio de la novela El insurrecto, de Jules Vallès.
- - -
Capítulo 1
 
Quizá sea cierto que soy un cobarde, como afirman, junto al Odéon, los Boinas Rojas y los talones negros.

Hace ya dos semanas que soy celador de estudios, y no experimento pena ni dolor; no estoy irritado ni siento vergüenza.
He maldecido las judías del colegio; parece que las alubias son mejores en esta región, pues devoro fuentes enteras y lamo una y otra vez el plato.
El otro día, en el silencio del comedor, grité, como en otro tiempo lo hacía en chez Richefeu:
—¡Camarero, otra ración!
Todos me miraron riendo.
 
 También yo reí —estoy consiguiendo la indiferencia de los condenados, el cinismo de los prisioneros; estoy logrando acostumbrarme a mi mazmorra y anegar mi corazón en la copa de la abundancia—, ¡estoy a punto de amar mi abrevadero!
¡He pasado hambre tanto tiempo!
¡He estrujado tan a menudo mis costillas para ahogar el hambre que gruñía y mordía mis entrañas; he desempolvado tantas veces mi estómago sin hacer brillar la menor esperanza de una comida, que ahora hallo una voluptuosidad de oso acostado en una parra cuando unto con salsa caliente mis intestinos secos!
Es casi la alegre comezón de una herida recién curada.
  
Ya no tengo el rostro verduzco ni los ojos hundidos; a menudo, el huevo resbala por mi barba.
Antes no me peinaba esta barba; mis dedos la mesaban y maltrataban, cuando pensaba en mi impotencia y mi miseria.
Ahora la peino y la recorto... y otro tanto hago con mis greñas; el domingo, frente al espejo, mientras dejaba caer mis ropas, pude ver sorprendido, no sin cierto orgullo, que comenzaba a echar barriga.
  
Mi padre era más valeroso, y recuerdo haber visto brillar el odio en sus ojos, cuando era jefe de estudios; sin embargo, jamás jugó a revolucionario, ni vivió estos tiempos de disturbios, jamás llamó a gritos a las armas, ni estuvo en la escuela de la insurrección y el duelo.
Yo estoy aquí, y he hallado en este instituto la tranquilidad del asilo, el pan del refugio, la ración del hospital.
 
 Un anciano de Farreyrolles, que había estado en Waterloo, nos contaba, una velada, que la noche de la batalla, antes de que ésta terminara, pasando frente a una taberna, a dos pasos de la Sainte Haie, se dejó caer sobre una mesa de madera, echó a un lado su fusil y se negó a seguir adelante.
El coronel le trató de cobarde.
—¡Seré un cobarde, si usted lo dice! Se han terminado el buen Dios y el emperador... ¡Tengo hambre y sed!
Y rebuscó en el comedor de la taberna, en medio de los cadáveres; y jamás, según él, había comido mejor, pues encontró sabrosa la carne y fresco el vino. Luego, improvisando con su mochila una almohada, se tendió y unió sus ronquidos a los del cañón.
- - -
+ INFO / descarga del ebook.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por opinar