'Encuentro con los hombres verdaderos' ('Viento en los oídos', de José Marzo)

De la novela Viento en los oídos (Trilogía fabulosa 1), de José Marzo
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Casi se había olvidado de aquella noche en que vio tras la silueta del cabo las llamaradas de los barcos y oyó el estruendo de los cañonazos. Luego la calma y la espera. Pasaron días sin que llegara el relevo, sin agua dulce que beber ni nada que llevarse a la boca. Y ya estaba decidido a regresar por sus propios medios al puerto, a enfrentarse a aquella selva oscura con el fusil y las dos balas, cuando una medianoche de marea baja despertó en el centro de un círculo de hombrecillos desnudos. Sus pieles relucían a la luz de la luna llena y los brazaletes ceñían sus brazos y sus muslos. Llevaban consigo lanzas, arcos y flechas. Lo señalaban, se daban codazos y reían. Uno se agachó junto a él y le dio un tironcito de la barba.

Procedían de un cercano agrupamiento de islas. Aquel islote que se dibujaba frente al promontorio, del que lo separaban dos leguas de mar, era la frontera de su nación. No se trataba propiamente de un islote, sino de una península, atada al continente por un istmo que, al bajar la marea, se convertía durante unas horas en un camino despejado. ¿Por qué el ejército le había enviado a vigilar un estrecho por el que no hubiera podido pasar ningún barco? ¿Se habían confundido de promontorio? ¿Desconocían los geógrafos de la Marina la existencia del istmo? Pero ahora tenía cosas más urgentes en las que pensar, como el modo de escapar de sus captores. Pronto, sin embargo, sus temores se disiparon. Además de ser barbilampiños, los «hombres verdaderos», como se llamaban a sí mismos, se distinguían de los «hombres falsos» en que ellos cumplían la palabra dada, no guardaban rencor y amaban la paz. Tampoco bebían alcohol, que roba el alma a quien lo ingiere.
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