'La condescendencia' (La alambrada, de José Marzo)

De la novela La alambrada, de José Marzo

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—¿Has visto mi brazo? —bromeó mostrándome el izquierdo, que flexionó y contrajo con fuerza—. Observa estos bíceps, la musculatura hercúlea, el vigor.
El brazo, muy blanco, apenas si era huesos y piel. Del juego de su codo casi se distinguían todas sus piezas, como en una radiografía.

—Pero no te quedes de pie. Y quítate la chaqueta. Esto parece una visita del médico.
Me quité la chaqueta, la dejé en el respaldo de la butaca y me senté.
—A mi lado no. No quiero un enfermero junto a la cabecera de la cama, lo que quiero es a mi sobrino Ángel frente a mí, para que podamos mirarnos a los ojos.
Hice lo que me pedía. Desplacé la butaca hasta situarme enfrente de él.
—Eso está mejor —aprobó. Luego sonrió, una sonrisa dura, tan inexpresiva como sus ojos, hundidos en las cuencas—. ¿Cuánto tiempo hace que no estamos así, como buenos amigos? Ahora sólo faltan una mesa por medio y unas cervezas bien frías. Podríamos probar a pedirlas al servicio de habitaciones... Recuérdamelo cuando vuelva la enfermera. También algo de picar, lo que tengan, quizá una ración de jamón serrano. Un buen pata negra. Seguro que aquí tienen algún avezado cocinero que sepa cortarlo, aunque sea con bisturí... Claro que, a lo peor, en lugar de una ración de jamón, nos traerían la autopsia del cerdo... ¿Te acuerdas de cuando te llevaba conmigo de vacaciones? —preguntó—. Los últimos días he pensado varias veces en Celia, se llamaba Celia...
—Alicante.
—Exacto. Cómo nos estropearon las vacaciones. Es sorprendente que la memoria archive antes lo malo que lo bueno. Mi memoria, quiero decir. Al resto de la gente le ocurre al parecer lo contrario. Sólo se acuerdan de lo bien que lo pasaban de niños los domingos por la mañana en el parque de atracciones, de los cumpleaños con los amiguitos y todas esas pamplinas... qué sé yo. Lo demás, los toqueteos de un vecino sinvergüenza, los pedos de su padre, el mal humor de su madre, se borra como por arte de birlibreloque.
—Birlibirloque —corregí.
—Joder, Ángel, no me corrijas. Un poco de respeto para con un moribundo.
—Disculpa.
—Es broma. Birlibirloque, qué más da. Pero ¿sabes lo que significa exactamente? Procede del francés antiguo, de la locución battre le breloque, que aludía a un toque de tambor con que se autorizaba a los soldados a romper la formación y a dispersarse. Así que «arte de birlibirloque» quiere decir algo así como mecanismo por el cual se crea el desorden y la confusión.
—Me rindo —Alcé ambas manos.
—La próxima vez que me corrijas, atente a las consecuencias. No estoy ahora con ánimo de contemporizar ni de ser condescendiente —me guiñó un ojo—. Te hablaba...
—...de Celia.
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