'Un triunfo más del hombre' ('Diez cuentos mal contados', de Miguel Baquero)

Del relato "La variante Pegdebee", de los Diez cuentos mal contados, de Miguel Baquero.
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Cuando aquel amanecer lunar del día terrestre 15 de septiembre de 2028 Winston Pegbedee se disponía a abrir su módulo, recién posado en la superficie del satélite, estaba bien lejos de imaginar lo que sucedería unos segundos después. Bien lejos de figurarse que, en apenas un minuto, y con él como protagonista, la Humanidad iba a experimentar un sobresalto de tamaño calibre que, de ahí en adelante, no volvería a ser la misma. Las Matemáticas humanas, por ejemplo, que con tanto esfuerzo se habían desarrollado a lo largo de los siglos, quedarían de pronto hechas fosfatina; toda la lógica, tanto tiempo cultivada, saltaría por los aires; y cualquier ciencia desarrollada hasta aquel día sería arrumbada, sin conmiseración, al cuarto de los trastos viejos e inútiles.

Pero vamos por partes y, sobre todo, por instantes, porque todo acaeció de una manera tan rápida que espanta sólo pensarlo: ¿cómo puede, en una micromillonésima de segundo, cambiar de la manera que cambió el destino de toda una especie? Pues así ocurrió, aunque, contado sobre un papel, parezca mentira.
Fue el caso, pues, que el astronauta Pegbedee acababa de abrir la puerta del módulo lunar y se disponía a dar ese pequeño salto que le colocaría en la superficie de nuestro desolado satélite, a sus pies una pequeña nube de polvo. La tarea de Pegbedee iba a consistir en tomar unas cuantas muestras del suelo lunar, dentro de la que se había denominado «Misión Minerva» —así, con estos nombres mitológicos, gustaban de bautizar los del Centro Espacial las excursiones extraterrestres, para con ello crear una idea de conexión con el pasado, de hermandad con los hombres de todos los tiempos en aras de un futuro esplendoroso… en fin, las cosas que se estilaban por aquellos días—. Es necesario advertir que, antes de que Pegbedee asomara en lo alto de las escalerillas, una nave más pequeña, dotada de una cámara de televisión, se había posado unos metros por delante, con su foco dirigido hacia el lugar del alunizaje, para captar a todo su sabor el descenso del astronauta. Esas imágenes solían gustar mucho a los telespectadores de la Tierra, aunque, la verdad, ya no despertaran la misma pasión de hacía unos años, cuando se reanudó la conquista del espacio. La gente, a aquellas alturas, después de diez o doce misiones retransmitidas, estaba ya un poco cansada de aquel paisaje eternamente gris lleno de cráteres y fosos polvorientos, un poco aburrida del espectáculo —bastante monótono, todo hay que decirlo— del módulo que desciende, la portezuela que se abre y el astronauta que se dedica durante un rato a dar saltos de aquí para allá como un niño en una cama elástica. Pero, aun así, las retransmisiones seguían congregando público delante de los televisores; mucha gente, en todo el planeta, se quedaba sin dormir para ver en directo lo que entonces se llamaba «un triunfo más del hombre».
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