'El cuento del camello' (de la novela 'Viento en los oídos', de José Marzo)

De la novela Viento en los oídos, de José Marzo_ _ _

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A mi tío Isidro se le encendían las pupilas cuando alguien en la fonda le pedía que contara la historia del camello.
Se ponía el sol tras las dunas. El cielo estaba rasgado por nubecillas rojas, señal de que se avecinaba una tormenta de arena. Había que apresurarse y encontrar refugio para la caravana. Los cuarenta camellos no habían bebido agua desde hacía semanas y las cisternas se hallaban vacías. El jefe beduino recordó una alejada charca entre palmeras, en una hondonada al abrigo del viento, y tiró de las bridas en esa dirección. Sin embargo, el camello más viejo, que iba en el segundo puesto, se detuvo. Sólo cargaba con un ligero paquete de especias, en reconocimiento a su edad, pero los otros treinta y nueve camellos le tenían enorme respeto y también se detuvieron. El beduino saltó de su joven montura yse acercó al viejo animal, pero por más que tiró de sus bridas, no se movió. Y cuando le pegó con la fusta, el camello dobló solemne las rodillas y se sentó sobre sus cuatro patas, resignado a morir a golpes. El jefe, profiriendo alaridos, viendo cómo las nubecillas con forma de lanza continuaban avanzando, descargó la fusta sobre su joroba una y otra vez, con rabia. Luego le cortó la cincha, lo liberó de su carga y lo apartó del resto de la caravana. Un anciano, que había oído los gritos, acudió con toda la ligereza que le permitieron sus piernas arqueadas y unos pies tan hinchados que apenas si cabían en las babuchas. Se abrazó al cuello del viejo camello y le habló al oído. «Querido Abderramán, ¿por qué no quieres caminar? La tormenta pronto se nos echará encima. Si deseas que tú y yo muramos aquí, está bien. Hemos vivido mucho y hemos visto mucho». El camello berreó. «¿Deseas decirme algo, viejo amigo?» Abderramán, con la joroba sangrando y las patas temblorosas, se levantó y se apartó de la ruta, dirigiéndose a una cadena de dunas orientadas al sur. Todos los camellos le siguieron. Después de media hora de marcha alcanzaron un cerro, en cuya falda se abría una amplia cueva. Sus paredes estaban decoradas con escenas de hombres desnudos que perseguían ciervos por bosques frondosos. Descansaron allí dos jornadas, bebiendo hasta saciarse del hilo de agua que en lo más profundo de la cueva brotaba pura de la misma roca.
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