Del ensayo El paso, de José Marzo
3. La caída
La frontera que separa la salud de la enfermedad es muy tenue. Podría decirse que no existe, que la salud es un modelo ideal y que en realidad el estado natural del organismo vivo es la enfermedad, en distintos grados.
Si uno escucha sus pulsaciones, al cabo de un rato percibirá una pequeña arritmia, producto de un desajuste, o remedio de un desajuste, pero en ambos casos un síntoma. Es una disciplina no apta para hipocondríacos: escuchar nuestras arritmias (la hinchazón de nuestras extremidades tras una jornada de trabajo, las pequeñas varices que la fatiga produce en nuestros pies, las oscilaciones de nuestra temperatura corporal).
Pero mucho más difícil es escuchar las disfunciones de nuestra mente. En este caso, el síntoma no es el ruido, sino su atenuación. Algo comienza a fallar cuando, incapaz de resolver un problema, recorres una y otra vez el mismo camino en el laberinto, para acabar abocado al mismo callejón; cuando giras y giras las mismas ideas como un disco rayado. Las calles, rebosantes de personas y de luces, te parecen vacías, y no encuentras palabras para expresar pensamientos que apenas se esbozan. No sólo no hallas los sencillos argumentos para rebatir un lugar común, sino que ni siquiera lo deseas. Acabas perdiendo la ilusión de la solución, pues el problema te parece vano. En su estado extremo, el silencio se impone. Has caído. Ya no escuchas la armonía disonante de la vida y no sientes compasión ni desprecio, placer ni dolor.
En ningún sitio he leído reflejada esta quiebra mental con tanta exactitud como en The crack-up, la introspección literaria de Scott Fitzgerald. No sólo porque la describa con términos precisos, sino también porque su estilo carente de brillo y tensión, desilusionado y tosco, pero con el sabor rudo de lo cierto, la demuestra por sí mismo: «Me encontraba de pie a la hora del crepúsculo en una extensión desierta, con un rifle descargado entre las manos y sin adonde disparar. No hay problemas, simplemente un silencio con sólo el sonido de mi propia respiración».
Deberíamos estar atentos a las disfunciones de nuestra mente, al disco rayado de nuestros pensamientos, a la música monótona que se atenúa y precede a la quiebra, el silencio.
Detente. Cierra los ojos y respira.
Llora si puedes.
Es hora de descansar.