laberinto 1-3 |
Nosotros estábamos muy excitados y animábamos a los combatientes, porque el Pantera tenía sus partidarios y el Alemán los suyos, y los dos se pegaban sin parar, y cuando uno de ellos quería coger una piedra, le pisábamos la mano para que no lo hiciera.
Al poco rato, el Alemán y el Pantera estaban sangrando y llorando de dolor. Entonces el Mona dijo que ya estaba bien y que había que terminar el combate, pero el Alemán, que todavía tenía fuerzas, dijo que no, que hasta que el Pantera no le pidiera perdón por lo de la hermana, la pelea no terminaría. El Pantera, al que ya le iba faltando el resuello, dijo entonces que él no sabía que era su hermana, pero que perdón no le pediría nunca.
El Mona volvió a intervenir diciendo que tenían que darse la mano, porque si el Pantera no sabía quién era la hermana del Alemán, el Alemán no tenía por qué estar enfadado. El Pantera dijo que bueno, pero el Alemán volvió a reclamar que le pidiera perdón, así que no hubo arreglo.
Se estuvieron pegando hasta que casi no se los conocía, como si fueran dos muñecos mecánicos; el Pantera, con los labios partidos, no se podía tener en pie; el Alemán, a pesar de su fuerza, tampoco, y allí estaban en el suelo, revolcándose y poniéndose en pie de nuevo para volver a caer enseguida.
La pelea terminó porque, después de mucho rato, apareció un chico de otra banda y nos tiró una piedra por encima de la tapia; entonces salimos todos del solar para perseguirlo y dejamos solos al Alemán y al Pantera, sentados en el suelo, respirando muy mal, cubiertos de polvo y de sangre.
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