Pepi Sánchez: La dama entre duendes

Con motivo de la exposición retrospectiva que tiene lugar en Sevilla sobre la obra de la pintora Pepi Sánchez, reproducimos esta carta de su marido, el escritor Manuel García Viñó. Fechada en octubre de 2013, es uno de los últimos escritos del novelista. Las obras de Pepi Sánchez, óleos y piedras pintadas, ilustran las cubiertas de todos los libros de García Viñó en ACVF Editorial.
 
SOBRE LA EXPOSICIÓN RETROSPECTIVA
 

PEPI SÁNCHEZ (Sevilla, 1929 - Madrid, 2012) - LA DAMA ENTRE DUENDES
Desde el 31 de enero de 2014; Casa de la Provincia (Plaza del Triunfo, 1), Sevilla.
Hay quienes intentan lo imposible (tabla), de Pepi Sánchez.
Obra de cubierta del ensayo El soborno de Caronte,
de Manuel García Viñó
 
 
Nunca hubiese querido escribir esta nota. Más aún, nunca pensé que tuviese que escribirla. Sin la menor lógica, he vivido más de medio siglo en la seguridad de que yo me iría antes que mi mujer.  Que no haya sido así, me ha desconcertado como ninguna otra cosa en mi vida, y el desconcierto no permite hacer literatura del dolor y el infinito asombro. Ni siquiera a un escritor tan prolífico como yo. No voy a hacer literatura, no. Obedezco a mis hijos que piensan que debo estar presente en el catálogo de esta exposición-homenaje, que ellos han organizado con tanto cariño.
Aquella tercera vida, la de la fama, de la que hablaba Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre, en el caso de Pepi confirma su existencia. Ella sigue latiendo entre nosotros y viviendo en estos cuadros. Por causa de su bondad y, sobre todo, de su altruismo, su presencia era abarcadora. Nos envolvía a todos, era casi la mitad mejor que nos faltaba a cada uno. Nos sigue envolviendo.
La vocación de Pepi fue tan temprana que se diría prenatal. Desde el principio, la suya fue la carrera de una fuera de serie. Desde su primera exposición individual, que fue en Madrid, siempre tuvo la crítica a su favor. Nadie le puso nunca un solo pero y todos señalaron su maestría y su originalidad.
 
Cuando yo la conocí -1957-, ella hacía lo que en aquel tiempo se llamaba pintura moderna. Denominación un tanto vaga, pero que nos servía para entendernos. Nos referíamos a una pintura que no atendía ya a los modelos exteriores ni se expresaba mediante el doble mimetismo del modelo y, en Sevilla, de la dicción pictórica del barroco.
 
Recién casada, continuó en aquella misma dimensión, en lo poco que trabajó en aquella época. Que yo recuerde, “Perfil rubio”, que está en Nueva York, y del que ni siquiera conservamos fotografía, y “Niños jugando con un globo”, en manos de un coleccionista de Madrid. Y entonces vino una etapa en la que se fraguó su personalísimo estilo, tan bueno de dicción como siempre había sido el suyo, pero revolucionario en la composición y el color, portadores ambos elementos de una  fantasía única. Mucho se escribió a su propósito de eso, de fantasía, y de imaginación, sueños, magia, surrealismo, ingenuismo, simbolismo, fabulación… No era nada de esto. Era algo tan personal, que sólo se podría haber designado con su nombre.
 
La revista La Estafeta Literaria la contrató como ilustradora, y como tal trabajó durante cuatro o cinco años. Recuerdo la primera ilustración: un obrero saliendo de una taberna. Quizá hubo una segunda y una tercera, hechas en aquel estilo directo, casi realista. Pero, muy pronto, empezó a ponerle imaginación a los dibujos, a inculcarles creatividad y fantasía, a introducir en ellos seres y construcciones extrañas, que hizo pensar a unos en la Atlántida, a otros en los mundos de los cuentos y a otros en el cielo. Así, sino que cada vez mejor, fue elaborando un universo de formas que le pertenecía y que dominaba, y sobre el que dio la última pincelada la víspera de su muerte.
                                                      

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