1. Los senderos de la experiencia
He llegado a la conclusión de que los mejores frutos del humanismo se derivaron, en política, del desarrollo conjunto de los principios de la libertad y la igualdad, y en ética, de la combinación de dos actitudes, la rebeldía antijerárquica y la simpatía por los sojuzgados. Pero la historia de la humanidad se ha construido también con negaciones. Muchos líderes políticos, como Lenin, insistiendo en la igualdad despreciaron la libertad, e influyentes moralistas populares, como Jesús de Nazaret, bendijeron la simpatía por los sojuzgados pero condenaron la rebeldía.
El desconcierto actual de las fuerzas democráticas y, en mayor medida, del ala izquierda procede en buena parte de su incapacidad para reconocerse en estos cuatro pilares y para estructurarlos. Cuando, tras la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó su famoso ensayo, en un aspecto le hizo un favor, pero en otro la confundió aún más. Al decretar el fin de la historia, la izquierda más inquieta se sacudió la modorra y buscó el mecanismo que la relanzara. Pero al reabrir la herida del fin de las ideologías, la izquierda, movida por la misma reacción, pensó que debía recuperarlas, como si el resbaladizo concepto de ideología formara parte inseparable de su identidad. Esto la ha conducido a un callejón sin salida.
En principio, la ambigüedad del término debería hacernos dudar de su utilidad. Lo he leído empleado en el sentido de doctrina política o económica, lo que le otorgaría un carácter técnico. La doctrina del libre comercio, la de la colectivización de los medios de producción o la de la nacionalización de la industria serían por tanto ideologías. En otros casos, con ella se alude a un modelo de sociedad, lo que más propiamente sería un ideal o, si se trata de un modelo detallado y acabado, una utopía, al estilo de la de Tomás Moro. Está muy extendido su uso como estudio de símbolos y significantes en su relación con los sujetos y las significaciones, lo que en semiótica se designa con el término más preciso de pragmática. Yo lo he utilizado varias veces, siguiendo a Marx, como conjunto de ideas y valores con el que un colectivo enmascara sus verdaderos intereses. De acuerdo con este sentido, el neoliberalismo sería una ideología, pues es un ideario que, amparado en la libertad y la competitividad, está justificando el traspaso del poder económico a los oligopolios y a las grandes corporaciones, donde la competitividad y la libertad se diluyen. Algunos autores proponen para referirse a este hecho la expresión, que considero demasiado vaga, de falsa conciencia. Y por último, se da un caso más vinculado con su etimología griega y con sus orígenes en los escritos de los idéologues franceses del siglo XIX, como Fourier, que significa ciencia de las ideas y que designa la expresión literaria del idealismo filosófico.
Conviene puntualizar que si bien el idealismo filosófico ha generado siempre un idealismo político y moral, también es frecuente un idealismo moral y político en los partidarios del empirismo.
Estoy convencido de que la izquierda necesita reencontrar sus principios, interpretarlos y desarrollar discursos para la fundación de proyectos que cumplan la función de una idea reguladora, e incluso para la ideación, por quienes dispongan de una imaginación fértil, de una pluralidad de utopías, lo-que-no-está-en-ningún-sitio. Pero si, paralelamente, se lanzara de nuevo en brazos del idealismo filosófico, estaría dando la espalda a los logros de la biología, la física, la geología, la química, la antropología, la neurología, la psicología… a todo lo que la humanidad ha comenzado a vislumbrar de la realidad gracias a la asunción de la teoría empírica del conocimiento.
En otras palabras, la izquierda, si quiere existir, deberá superar una disyuntiva: seguir deambulando como hasta ahora por el pantanoso terreno de la ideología o echar a andar, en dirección a los hermosos y huidizos ideales, por los senderos de la experiencia.
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