Sobre Carmen Laforet, del ensayo La novela en el siglo XX, desde 1939, de Juan Ignacio Ferreras
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Nada (1944, publicada en 1945), de Carmen Laforet, fue otro de los acontecimientos literarios de la posguerra. Es increíble, dada la juventud de la autora, nacida en 1921, la maestría técnica de Nada (una de las pocas novelas de estos años, nos apresuramos a decir, que se puede leer y releer con placer). En Nada se nos materializa un universo cerrado, de personajes más o menos caracteriales o raros, que al mismo tiempo alcanza a reflejar el universo social de aquellos años. La protagonista Andrea, en primera persona, da su testimonio sin apenas intervenir en el relato. Quizás falte profundidad en los análisis y precisión en las descripciones, pero es lo mismo: la densidad se alcanza a base de un estilo sencillo y lineal, sin ningún altibajo ni interrupción, y el resultado es brillante, casi perfecto. Se trata, como es natural, de un acierto quizás no muy consciente de la autora, pero acierto tal, que Nada puede pasar por la mejor novela de estos años. Otro acierto, y esta vez consciente sin duda, consiste en la sencillez de la prosa; podríamos decir que «no hay una frase más alta que otra», pero precisamente el valor testimonial de la obra, su homología con la sociedad que refleja, consiste también en la sencillez. Todo es opaco en esta obra si atendemos a la significación, pero todo es transparente si nos atenemos a la comunicación de la historia.
Puesto aparte el valor del testimonio de Nada (la cerrada sociedad sin esperanza de unos personajes sin futuro), la novela vale por sí misma, como una casi perfecta construcción que recogía una técnica tradicional y realista y la cargaba de significaciones nuevas.
Esta homología de universos (entre el cerrado de la novela y el no menos cerrado de la sociedad española de los cuarenta) se pierde en las obras posteriores de nuestra autora. La isla y los demonios (1952) no pasa de ser un intento de recuperación y evocación de una niñez, la alusión a un mundo exterior desaparece en aras de la materialización de un mundo interior. Lo mismo ocurre, aunque por distintos motivos, con otro gran éxito de público de Laforet: La mujer nueva (1955) fue premio Menorca de novela, y lo que la crítica suele olvidar es que el premio estaba instituido para galardonar a la obra que defendiera un dogma católico. En La mujer nueva, la autora defiende el dogma del matrimonio católico; el estilo ha dejado de ser lineal, hay «saltos atrás», por ejemplo, pero la carga ideológica (muy discutible además, incluso desde el punto de vista de la teología católica) da al traste con la coherencia artística de la obra: es inexplicable la conversión de la protagonista Paulina, por ejemplo. La mujer nueva representa una desviación del estilo y técnica realistas de la autora, sin lograr por ello una nueva dimensión. Quizás la conversión real al catolicismo de la autora intervino demasiado en la concepción de esta obra.
Los otros títulos, La insolación, con la que inicia la trilogía titulada Tres pasos fuera del tiempo, y las cortas colecciones de relatos La llamada (1954) y Paralelo 35, no añaden nada al mérito de esta autora.
Carmen Laforet es autora de muy corta obra, pero a excepción de su primera novela, no creemos que haya influido en las corrientes novelescas de los cuarenta. Sin embargo, Nada, como anotamos, no sólo consiguió afirmar con su realismo una técnica tradicional, sino que hubo de influir en el resto de las novelas de estos años.
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