Estas son las cosas que me emocionan (A esto llevan los escesos, de Miguel Baquero)


Estas son las cosas que me emocionan

del ebook A esto llevan los excesos
 
Yo soy un tipo duro, muy duro, tengo que advertir. El otro día me lo dijo un albano-kosovar al que acababa de conocer: «Joder, macho, qué duro eres»; y yo, como no me gustan mucho los halagos, hice asín como para darle un cabezazo: «Que te meto un meco», y el albano-kosovar se fue acojonado. Estas situaciones se repiten con frecuencia.
Una vez dicho lo cual, voy a contar cómo esta mañana estaba leyendo el diario gratuito, en busca de algo que llevarme al blog —al menor coste posible, tengo que admitir—, cuando me he topado con la siguiente noticia: «Un perro vuelve solo a su casa noventa días después», era el titular. El texto hablaba de un pequeño perro, de nombre Yanu y de raza chucho, por lo que podía apreciarse en las fotos. Yanu es de pelaje negro, tiene nueve años y vive con una pareja de humanos, otro perro, Jabato, y un gato, Otto, en una casa de la Puerta de Toledo. Una mañana, de pronto, Yanu se pierde en la calle. Alguien lo encuentra y lo lleva a la perrera de Leganés, a quince kilómetros de Madrid. De allí consigue escaparse unos diez días después y emprende entonces el camino a casa, adonde llega casi tres meses más tarde. Por el camino, Yanu ha tenido que cruzar diversas autovías, varias líneas ferroviarias, innumerables calles y carreteras...
Una ola de conmiseración por el pobre perro me ha subido a la garganta y, lo confieso, a punto ha estado de hacerme llorar, allí en medio de la oficina. Como un tonto, efectivamente. Se me ha dibujado, de pronto, con total viveza, el terror del pobre animal al sentirse solo, y cómo, una vez libre del presidio, andaría el camino adelante con la sola idea de volver a casa, con Jabato y Otto, con los humanos a los que conoce, le acarician el lomo y le dan de comer. La suya no es una hazaña de fidelidad y constancia, es una proeza de angustia e indefensión. Comer cuando encuentras algo, dormir sólo cuando estás agotado; y en cuanto abres un ojo, seguir, seguir adelante, hasta recuperar el pequeño mundo que conoces y donde se está cómodo y caliente. Todo lo demás es hostil.
Me he podido incluso imaginar la alegría del animal y el trote rápido al divisar, allí al fondo, la silueta de la Puerta de Toledo, que le resulta familiar.
Dice el dueño que se encontró a Yanu esperando en la puerta de la casa, al pie de las escaleras, moviendo el rabo casi con violencia, lleno de espigas y con pequeñas heridas. No es difícil imaginar las vueltas que daría el animal sobre sí mismo, los lametones en las manos del dueño, los ladridos cortos y agudos...
No he querido pensar en los pobres Yanu que se pierden y no logran escapar de la perrera o, si lo logran, no consiguen encontrar un rastro y volver a casa, o si lo encuentran son arrollados al cruzar una autovía. Deben de ser innumerables y no era cuestión de ponerme a llorar a lágrima viva en medio de la oficina. Sin embargo, después de contenerme a duras penas, se me ha venido a la cabeza cómo nosotros —los humanos, quiero decir—, bien mirado, no somos más que unos pobres Yanu; unos Ulises que, en un determinado momento, nos encontramos perdidos; animales que, en el fondo, muertos de miedo, no queremos sino volver a ese lugar donde nos tomaban en brazos y nos acariciaban el hocico. The long and winding road that least to your door, cantaban los Beatles, y se me ha venido, en un acto reflejo, la canción a la garganta y no he tenido más remedio que pretextar una indisposición y encerrarme en el cuarto de baño a llorar, ahora sí, como un tontaina.
Para reponerme me ha bastado con imaginar la calma y la satisfacción con la que habrá dormido Yanu esta noche, acurrucado en su rincón favorito de la casa. Dichoso él y cuántos perros consiguen, después de larga travesía, volver a casa.
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