Del libro El mundo es oblongo, de Miguel Baquero
Al doblar una esquina, prácticamente me topo con una manifestación del movimiento 15-M. Reivindican, creo, lo mismo que en la plaza, al menos las frases grabadas en la pancarta de cabeza son muy parecidas. Me aparto a un lado y miro detenidamente entre el oleaje de banderas que descienden por la avenida a paso procesional; busco entre la gente que grita los slogans característicos del partido, algunos de ellos con megáfonos en los que se pueden ver pegatinas de pasadas luchas, o quizás mejor, por no singularizar en nadie, busco entre la corriente que al final no sé quién ha decidido que es la más representativa de lo que quiere la multitud. Miro, como digo, entre las cabezas con especial curiosidad, buscando, como en su día entre los acampados, un rostro en concreto. El rostro de la chica del punto limpio. Ya sé que no tiene lógica, que —de acuerdo— es una sandez, que ni siquiera llega a la categoría de obsesión y se queda sólo en tontunada recurrente, pero quisiera volver a ver ese rostro, y no sé por qué —por su juventud, seguramente, por sus piercings, por su pobre trabajo en el basurero— di en pensar desde un principio que ella se encontraría en los lugares más destacados de este movimiento 15-M. Miro con cierta atención entre los perfiles que gritan; alguno me causa duda, pero finalmente no es. Pasan los últimos. La manifestación se aleja avenida adelante; puede apreciarse cómo el ondular de banderas tuerce al llegar a la esquina y sigue por la perpendicular…
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