Instinto o algo así (El mundo es oblongo, de Miguel Baquero)

Del  libro El mundo es oblongo, de Miguel Baquero

Todo esto de escribir, en realidad, si se para uno a pensar, y
mucho más lo de escribir sin fruto, no lo hace uno por otra cosa sino porque le hagan caso, igual que un niño enrabietado. Y lo de insistir en ello aunque no haya salida tiene como único objetivo demostrarles… —¿a quiénes?; imagino que a todos, en general, a cuantos alguna vez se cruzaron conmigo y no me prestaron atención— …demostrarles que estaban equivocados. Imagino que la meta final —e inconsciente— de esta carrera ciega es llegar a algo así como un triunfo en que la gente te pida solemnemente perdón por haberte descuidado, en que reconozcan que tenías razón, que a la próxima vez no volverá a suceder. Imagino que, a fin de cuentas, eso es todo: conseguir congregar a la gente cuando lloras, como cuando eras niño.
No es bueno engañarse, y sospecho que esto que he dicho arriba es la verdad. Como verdad también es, por más que duela, que uno tiene talento. Qué coño, es así, por más duro que suene. Yo he leído a muchos otros, y encumbrados, peores que yo; pero sobre todo he leído a mucha gente que nunca llegará a escribir como yo escribo… de igual manera que yo nunca llegaré, aunque viva siete vidas, a escribir como otros tantos… Bueno sería entonces reconocer mi lugar en el escalafón: cada quien en su sitio, esa es la idea. Yo no soy muy inteligente, eso ya lo he deducido, tampoco tengo una especial sensibilidad ni un gusto delicado, pero sé que, pese a todo, escribo bien, sé que cuando me siento ante el teclado y logro emplear a fondo «mi poquillo de intelecto» a veces soy capaz de crear escenas y darles movimiento con un respetable desparpajo literario. Ya sé que es muy duro para uno mismo reconocer estas cosas, que muchos son los que emplean su vida en huir de evidencias así, pero en fin, y por más que me duela, esa es la verdad: tengo talento.
Muchas veces —bueno, las veces que me han dejado contarla— he referido esta anécdota que me sucedió con una persona a quien conocí, autor de más de una veintena de libros y a quien yo siempre he llamado «maestro». Esta persona leyó cierta vez lo que escribía y, con las mismas, se vino para mí. No a hostiarme, como habrás pensado, ni siquiera a poner denuncia, sino, en fin, a enseñarme unas cuantas cosillas. Con éste me desahogaba yo al principio, cuando, mandados mis primeros escritos por ahí a correr suerte, veía que nadie les hacía caso; yo me desmoralizaba entonces y le contaba mi intención de dejar de escribir, a lo que él me decía: «Pues haces muy bien; ¿para qué tantas preocupaciones?». Entonces yo, todavía más defraudado, todo hay que decirlo, por la poca insistencia que había puesto el otro en que persistiera, dejaba de escribir; pero a los diez o quince días, yendo por la calle, se me ocurría una historia. «He pensado —le decía a este mi maestro— que voy a volver a escribir». «Pues vale», me respondía. Tampoco es que demostrara mucho entusiasmo por mi regreso a las letras, pero sea como fuere, llevado yo todavía de la inspiración, escribía un cuento, y lo lanzaba al mundo, y como veía que, de nuevo, nadie le hacía el menor caso, ni ganaba concurso alguno, ni siquiera el tercer accésit de ningún certamen siquiera fuese sin montante económico, me desmoralizaba de nuevo y volvía a anunciarle mi intención de dejarlo. «Pues haces muy bien». Y cuando unas semanas después le anunciaba mi retorno: «Pues me alegro», me decía, en tono frío. Y así anduvimos tres o cuatro tornas hasta que un día me dijo: «Mira, chaval, no le des más vueltas. Tú eres escritor y la prueba está en que no puedes dejar de escribir. Así que escritor eres; ahora: bueno o malo, ese ya es otro cantar. Ahí ya no entro, pero eso sí, que lo sepas: escritor eres».
Y este es, quizás, uno de los mejores consejos que me han dado en la vida. Que dé por descontado que soy escritor. A lo mejor muy malo, eso no lo discuto, pero escritor soy desde el momento en que, pese a los golpes, pese a la indiferencia, pese a las cancelaciones de la edición en el último momento, aquí sigo aporreando el teclado. No deja de ser una condena bastante cruel esta de querer dejar de escribir y no poder hacerlo…
Por eso quizás fuera hora ya de dejar de depender del juicio de los demás y dedicarse uno, sencillamente, a escribir cosas hermosas dentro de lo posible, con naturalidad y sólo porque uno siente que puede hacerlo. Dicen que le es imposible a uno oponerse a su naturaleza, que al final la cabra acaba volviendo al folio, y en eso estamos. Así que para esta no, que ya es tarde e irremediable, pero para la próxima ocasión prometo intentar escribir algo bonito, apreciable y de cierto mérito.

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