Zorrilla, del 'Teatro en el siglo XIX', de Juan Ignacio Ferreras

 
Zorrilla
 
Con el vallisoletano José Zorrilla (1817-1893), poeta y autor dramático, se asienta el drama histórico como drama histórico nacional. Estrenó unas treinta obras en la década de los cuarenta, en la que afirmó los valores tradicionales y cristianos, huyendo de los problemas actuales y actualizando la «mejor» historia de España.
Aunque haya habido exaltaciones críticas, es claro que Zorrilla no es el Lope de Vega del XIX, aunque en parte se parezca al Fénix de los Ingenios: como él, aseguró una fórmula dramática, que, paradójicamente, iba a durar más que la de Lope. Zorrilla conquistó un público que le iba a ser adicto durante largos años, para ello escribió un teatro «fácil», a veces efectista y siempre muy gratificante.
Puede parecer exagerado el que consideremos a Zorrilla como el representante del teatro español de parte del siglo XIX, pero sin duda lo fue: supo recoger del romanticismo lo que le convenía y también fue capaz, como veremos, de componer auténticos dramas románticos; pero lo que verdad deseaba y consiguió fue convertirse en el «poeta nacional»; y sabido es que cuando un poeta es nacional, suele representar o simbolizar sólo una parte de lo nacional, casi siempre aquellos valores que están en el poder político o cultural de su momento. Zorrilla será, pues, el poeta de los valores castellanos, del patriotismo y de la independencia española, será también cristiano y católico, y dejará a los cultivadores del teatro costumbrista y realista cualquier problema con visos de actualidad. Zorrilla, también como Lope, está a favor de la historia o, mejor, de aquellos momentos históricos que a su parecer son los más gloriosos y, por lo tanto, representativos del siempre buscado pomo de las esencias nacionales.
El teatro de Zorrilla es, por parte de la crítica, campo aún de discusión, aunque parece haber un acuerdo general para reconocer su importancia precisamente «nacional».
También hay que reconocer, y así se hace, que Zorrilla fue quizás el hombre de teatro más dotado de su siglo, que su facilidad versificadora (empezó dándose a conocer con la lectura de unos versos en el entierro de Larra) corre pareja con su habilidad para trazar las más intrincadas historias. Se le ha achacado, por ejemplo, el abuso de momentos líricos en sus obras, en detrimento de la acción de las mismas, sin caer en la cuenta de que estos excesos, tan románticos después de todo, tenían la virtud de comunicar con el público de una manera casi inmediata.
Finalmente, y en cuanto a su valoración crítica se refiere, no puede ser una casualidad que una obra como el Don Juan Tenorio se haya representado en España e Hispanoamérica durante más de un siglo sin desmayo ni fatiga.
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